Este ‘transyecto’ llamaré así al acto de proyectar en arquitectura durante todo el proceso de edificación, la proyección tradicional aferrada a una estructura con tiempos rígidos carece de amor, en la mente del proyectista y cronograma no se aceptan retrasos, se diseña hasta cerrar planos, hasta efectivizar el tiempo dejando de lado el deleite, eliminando el prueba y error, para tomar decisiones acertadas, seguras, probadas… Edificios muertos, modulares, absolutamente estandarizados.
Cambiemos de camino, disfrutemos de un proyecto en su transcurso total con margen a modificación, modificación tras modificación, aceptando que el primer plano planteado no está realmente cerrado y es el correcto, al momento de edificar una pared y al ver que no fue la mejor decisión, aceptar y demolerla, con el fin de amar el resultado. ‘Trasyecctar’ pasar por en medio del proyecto para encontrar el corazón y nutrir cada uno de los detalles, pensar, ejecutar, corregir cada línea, cada ladrillo en búsqueda de la perfección desde el papel hasta la piedra que permite palpar sus aristas.
El trabajo del arquitecto es enaltecer los materiales, cada pieza de materia elegida tiene un origen, una procedencia, vivimos acostumbrados a sellar cada poro, alizar cada superficie que sea posible convirtiendo nuestros espacios en máquinas estandarizadas de vivir, inmaculadas, libres de carácter, de historia, capas una sobre otra, año tras año de químicos que entran en contacto con nuestra piel. Como seres palpantes disfrutamos de los granos de arena en la planta de nuestros pies al caminar por la playa, reposar nuestro cuerpo en el césped, tocar el canto rodado de una piedra pequeña de río, sensaciones que se pierden con la modulación, industrialización.
Entendamos que la arquitectura es el acto de transformar la naturaleza en un espacio con tres requerimientos, abrigo, protegernos de la inclemencia, proveernos de el mejor lugar para vivir en familia, nuestros hijos cada día se alejan más de la naturaleza, los edificios son bahías perfectas de hormigón, nuestras ciudades mundos de asfalto, es obligación del profesional de la arquitectura dotar de las mejores condiciones de vida, para cada familia que habite su obra.
Y también depende del habitante, la exigencia de las necesidades mínimas para vivir, para esto debemos educarnos, educar a nuestros hijos y también escuchar a nuestro cuerpo, donde disfruta nuestro ser de vivir, que experiencias desea experimentar, donde se conecta con el mundo, entrar en co-habitat con el entorno, que nuestros hijos tengan un lugar óptimo para correr, crecer, soñar y vivir en plenitud.
Agradecido, a seguir estudiando.
Moroni Pozo.